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​Una de las calles del centro de Pamplona es la sede de La Crepería. Vas paseando por el corazón de la ciudad cuando el olor a crepes te asalta. Giras la cabeza y te encuentra frente a un banco verde y morado, y, detrás, La Crepería con Orreaga, la cocinera y dueña, recibiendo a los clientes.

 

El local es pequeño y personal. Orreaga ha ido haciéndolo suyo, desde el color de las paredes hasta la amplia carta (pintada a mano por ella misma) con más de cincuenta variedades entre dulces y saladas. Los carteles antiguos de diversa procedencia que decoran las paredes, los tarros llenos de cosas ricas, los curiosos cachivaches y herramientas que usa, las banquetas en las que se sientan los clientes recicladas y pintadas por ella, los mostradores de madera de los olmos que poblaron el Paseo Sarasate, la restaurada caja de las infusiones que tiene casi cien años y perteneció a sui madre... En fin, pequeñas cosas que han ido encontrando su sitio y que dan personalidad a este espacio donde es fácil sentirse cómodo y, sobre todo, bien recibido por su dueña, Orreaga, que disfruta ofreciendo lo que sabe hacer: una rica crepe.

 

 

El ambiente en La Crepería

No sabes cuál pedir, ¿de nutella y aseguras, o arriesgas y pruebas algo distinto? Salado o dulce, esa es la cuestión. Orreaga te da ideas y al final te decides. De fondo, una música agradable y bien escogida mientras esperas sentado en un taburete observando cómo se va haciendo tu crepe.

 

Así es La Crepería, un local con personalidad, con crepes, música, y sobre todo, una atmósfera en la que cada detalle tiene una historia.

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